martes, 30 de noviembre de 2010

Aprendemos que la honestidad es la base para alcanzar la verdadera intimidad

Todos deseamos una verdadera y sana intimidad en nuestras vidas y relaciones personales. Intimidad es compartir con otra persona nuestros pensamientos y sentimientos más profundos; el engaño es pensar que la intimidad es sólo el contacto físico o incluso sexual. La verdadera intimidad proporciona a la relación interpersonal un profundo cariño y compañía que todos profundamente anhelamos, pero también hay que decir que esto no llega sin esfuerzo.

Por mucho tiempo, aprendimos a guardarnos de los demás, a poner barreras para que no amenazaran nuestras actitudes egoístas y cómodas. No sabíamos que la actitud de justificarnos de nuestras conductas egocéntricas delante de los demás nos estaba separando de ellos… aún así nos creíamos en la posesión de la verdad, y todo para no hacer el esfuerzo de reconocer que podíamos estar equivocados. El resultado era la falta de una verdadera intimidad con las personas.

Ahora, en este proceso de madurez y crecimiento, aprendemos a confiar en las personas. La verdadera intimidad exige bajar la guardia, bajar las defensas, dejar de justificarse, y admitir con humildad que mi postura puede ser muy egoísta. Para sentir la verdadera intimidad que produce la intimidad, debemos permitir que los demás se acerquen a nosotros, a nuestro verdadero ‘yo’.

Ahora bien, si hemos de compartir lo más profundo de nuestro ser con los otros, primero debemos tener una idea de cómo somos realmente en nuestro interior. Este es el verdadero precio que hemos de pagar: aprendemos a examinar nuestra vida con regularidad para averiguar quién soy, qué quiero o cómo me siento. El principio espiritual que aplicamos es el de la HONESTIDAD conmigo mismo y con los demás. Así aquello que voy conociendo interiormente de mis mismo es aquello que comparto con los demás, sin doblez, sin falsedad. Indudablemente, la verdadera intimidad se alimenta desde la honestidad.

Sinceramente, siempre habíamos deseado la intimidad, pero la buscamos en caminos erróneos, pues no imaginábamos que debíamos de pasar por un esforzado camino de honestidad. El autoexamen que la intimidad requiere puede ser un trabajo duro, y la honestidad que implica muchas veces trae complicaciones; pero el resultado de liberarnos del aislamiento de la soberbia y la soledad del egoísmo, bien vale un esfuerzo. Ahora bien, lo primero no llega sin lo segundo, es decir, una verdadera intimidad entre dos personas no llega sin la honestidad mutua.

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